Mi Gordito se ha ido al arcoiris de los perros hace poco. Llevaba conmigo 13 años, desde que él era un cachorro y yo dejé de vivir en casa de mis padres. Durante toda su vida me enseñó a cada paso, aprendí lo que era estar con un cachorro, la atención que necesitan y la constancia necesaria para poder enseñarles; aprendí el tipo de actividad que requiere un joven perro rastreador para cansarse y estar contento, los juegos de olfato y los paseos por sitios nuevos; al final de sus días conmigo aprendí la paciencia que necesita un abuelito, ya sordo y bastante ciego, y la seguridad que necesitan para pasear por la calle y la calma para pasear. Viví tres años también con Otto, el bulldog francés de mi ex-pareja, del cual aprendí a escuchar la respiración de un perrete, el cuidado que hay que tener en las temporadas de calor y cómo mediar entre dos perros en casa. He tenido varios perretes con los que compartí piso y cuidados. De Seta, una perreta de aguas a la que su dueña no hacía demasiado caso, aprendí cuánto puede cambiar un perro al obtener ejercicio suficiente, y de Rita, una perrita diminuta y asustadiza, la importancia de no tratar a los perros pequeños de manera diferente que a los grandes. Por último, también viví unos años con Sansón, un mastín de 40 kilos, que a veces quería defender su territorio de manera muy ruidosa por la calle. De él aprendí a mantener la calma en la calle, cuando tu compi animal no es capaz de hacerlo por él mismo, y cómo transmitirle esta seguridad.